viernes, 3 de febrero de 2012

Más de 100 mentiras


Y un millón de verdades.

Mis primeros recuerdos musicales son las voces de Sabina y de Serrat. Cuando todavía no sabía hablar ya balbuceaba canciones del flaco. A todas horas, una y otra vez, alternaba en el tocadiscos el vinilo de Cuentos Infantiles ("Yo soy un hueso del pobre Hans, el escudero de un vil señor, que con mi muerte quiso ocultar, que fui yo aquel quien mató al dragón) y el de El hombre del traje gris. Literalmente destrocé agujas y agujas del tocadiscos por el uso. Y Sabina tuvo mucha culpa. Por lo tanto, es una persona que siempre ha estado ahí, desde siempre, como uno más de la familia, y más cercano que muchos. Es comprensible que la primera vez que escuché que estaban preparando un musical sobre él echara a temblar.

Me coloqué una cota de malla de escepticismo. Bueno, o una armadura de placas. Pero aun así tenía que ir a verlo. Y además tenía que sentarme en la mejor butaca del teatro. Y allí me senté, altivo y convencido de mi sabiduría. Pensando en lo mucho que me iba a arrepentir de haber ido allí, contando todos los muerto en los que me iba a cagar al salir. Compré el programa, le eché un vistazo y sonreí satisfecho. Mi ignorancia no tenía límites, y lo iba a demostrar. "Pero si sale el gilipollas de Los Serrano", "¡Hostias, Benavides!", "Pero bueno, si este es el mongólico de Días de fútbol...".  Más listo que nadie. Más tonto que cualquiera.

Y entonces empezó. Sonaron los primeros acordes y Víctor Massán comenzó a recitar, seguro de sí mismo, comiéndose la escena, y mi alma. La armadura de escepticismo me la quitó de dos hostias, y ya desnudo, entregado, seguí recibiendo como un boxeador vencido, deseando recibir el golpe final que me mandara a la lona. Comenzó la magia, la picaresca, la poesía a punta de navaja, los culos turgentes que recitan a Lope de Vega, la risa sin vergüenza ni culpa, la lágrima viva...

El magnetismo de Víctor Massán, un animal salvaje con una cadena de hierro al cuello que se mete todo el ecosistema que lo rodea en el bolsillo, fuerte y lleno de vida, por muy irónico que suene esto a los que han visto la obra, sudando sangre, y magia; la clase de Juan Pablo di Pace, cantando y bailando, y dejándome sin recursos, sin dejarme ni un solo centímetro de terreno para recular; Guadalupe Lancho, siendo absolutamente deliciosa, como una princesa Disney en horas bajas; Alex Barahona, poniéndome en mi sitio; Juan Carlos Martín, robándome una sonrisa y dos lágrimas, y haciéndome infinitamente feliz; Diego París, disfrazándose de tonto del siglo de oro, robando escenas con un genial talento; el malvado Felipe Vélez, helando la sangre de todos los que nos encontrábamos en los gélidos alrededores del Darlings; y del genial elenco de bailarines, no sé mucho de esto, pero me pareció imposible juntar más profesionalidad y calidad, haciendo especial mención a la sensacional Marta Torres, que se mete todas las escenas de baile en el bolsillo, obligándote a seguirla con la mirada, y todas, y ninguna, y la luces de neón, y el vapor, y los tejados...

Yo solo había visto musicales en cine. Me gusta el género, pero no concebía verlos allí donde debían estar. ¿Gente cantando y bailando en directo delante de mí con micros como Britney Spears? No gracias... Ángel, cállate, por favor. Dicen que rectificar es de sabios, entonces debo ser muy sabio. Pero no creáis que soy completamente estúpido, absolutamente gilipollas, no, pues me encanta sorprenderme, quedarme fuera juego, y sobre todo, aprender cosas nuevas, que el mundo me demuestre que todavía existen cosas que no conozco y que merecen la pena. Sé que las hay, pero ya no lo pongo tan fácil. Estoy un poco asqueado, pero solo los lunes. Estoy volviendo a creer, como si me hubiera afectado una infección Obama de holograma.

Hace ya más de un mes que vi la función. LA FUNCIÓN. Pero para mí no ha terminado. Me persigue por las noches, se esconde en los portales. Es una amante que no quiere volver a abrirme su cama. Me utilizó, me dejó vacío por un momento, se llevó todo, pero luego me dejó mucho más, una especie de virus que sigue creciendo. Cuando terminaba, la función me miró a los ojos y me dejó helado y ardiendo, susurrándome una frase al oído. Mientras todo el público estallaba en aplausos, yo, hipnotizado, escuchaba algo que nadie más oía:

”En mi casa no hay nada prohibido
pero no vayas a enamorarte,
con el alba tendrás que marcharte,
para no volver.
Olvidando que me has conocido
que una vez estuviste en mi cama…
hay caprichos de amor que una dama
no debe tener”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario